LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO.
Como en años anteriores, El Grupo Pase Estepona, publicó el 25 de Enero, en su semilla 416, mi reflexión sobre la Conversión de San Pablo. Agradezco al Grupo el hecho de haber contado nuevamente conmigo.
LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO
Fuerte, intensa, sorprendente, auténtica y profundamente transformadora la experiencia de conversión de San Pablo. “Cuando estaba cerca de Damasco, de repente, le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él le preguntó: ¿Quién eres, Señor? Y Él le respondió: Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
Se trata de un encuentro, de un diálogo en el que la iniciativa parte del mismo Jesús y la respuesta es humana, una experiencia que, en adelante, cambiará toda la vida de Pablo de Tarso: cambió la persecución por seguimiento, la oscuridad por la luz, la muerte por la vida, la tristeza por la alegría, cambió su “no ver” por “ver” y cambió... en todo: cambiaron sus obras, sus palabras, sus ideales, sus pensamientos y sus proyectos.Y todo ello, desde la raíz, desde lo más profundo de su ser. El bautismo será el compromiso que dará comienzo a su nueva misión: llevar a su pueblo y al mundo entero la alegría del amor de Dios manifestado en Cristo.
Los cristianos vivimos, también, la experiencia de la conversión, renovamos, día a día, nuestra fe, en comunidad y en los sacramentos, manifestamos nuestro deseo de seguir a Jesús y sentimos la acción de su Espíritu, que a través de nuestros hermanos y de los acontecimientos más cotidianos, nos va orientando en nuestro camino. Sólo es preciso dejar que ese Espíritu actúe en nosotros, asumiendo que nuestras fuerzas, por sí solas, no son suficientes. Por eso, tenemos que dejarnos moldear por Dios, como la arcilla en manos del alfarero o la flor que se nutre de la lluvia y del sol. Así crece, se hace visible y nos invita a disfrutar de su belleza, su aroma y su color.
Pero, ¿cómo hacer que esa conversión se vaya haciendo realidad en nuestras vidas? Necesitamos hacer silencio, detener nuestros pasos para escuchar a nuestro corazón y los sonidos que vienen de fuera, interiorizar la Palabra, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que vemos, lo que nos preocupa, lo que nos acerca o nos aleja del amor y llevarlo todo a la presencia del Señor, a la oración, porque la conversión es, sobre todo, dejarnos convertir por Dios.
Cada uno de nosotros y el mundo entero necesita un profundo cambio. Somos conscientes de los gravísimos problemas que el ser humano vive en nuestros días: las guerras que parecen no tener final, la emigración de tantas víctimas que tienen que huir de su tierra para buscar una vida digna, la dramática realidad del hambre, la explotación que cada día encuentra más rostros, la violencia, la tortura, la muerte, los pueblos que sufren las consecuencias de las catástrofes, el maltrato a los seres vivos y la destrucción de la naturaleza, la violencia de género, el acoso en cualquiera de sus formas... y un largo etcétera. Todo esto nos lleva a la desesperanza y, a menudo, sentimos que, apenas, podemos hacer nada. Olvidamos los valores humanos, nos faltan manos y nos sobran, lamentablemente, mentiras que manipulan y tratan de justificar tanta miseria y tanto dolor.
San Pablo y todos los discípulos de Jesús sufrieron la persecución, porque con sus voces y sus actos, fueron testigos del amor incondicional de Dios. Nunca dejaron de proclamar las palabras de Jesús, de hablarnos del perdón, de la grandeza del compartir, nunca dejaron de trabajar y anunciar que el Reino de Dios está cerca y que sólo el amor es la respuesta a todas nuestras búsquedas. Hoy, los cristianos, también vivimos situaciones de rechazo, incluso de persecución. Nos duele que haya personas que menosprecien nuestra fe o que ataquen nuestras formas de expresarla. También sentimos el cansancio y la impotencia al ver que tantas angustias humanas parecen no tener solución. Pero, ese es nuestro destino y nuestra misión: ser testigos del Señor Resucitado, con toda nuestra alma, nuestra vida y nuestro corazón.
Que Dios nos llene de esperanza, nos dé la fuerza necesaria para luchar por la justicia y la paz, nos haga fuertes ante las dificultades y, sobre todo, nos conceda el don de volver a El, como Pablo, haciendo de cada instante, una experiencia de conversión, profundamente transformadora, auténtica, sorprendente, intensa y fuerte.
Fuerte, intensa, sorprendente, auténtica y profundamente transformadora la experiencia de conversión de San Pablo. “Cuando estaba cerca de Damasco, de repente, le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él le preguntó: ¿Quién eres, Señor? Y Él le respondió: Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
Se trata de un encuentro, de un diálogo en el que la iniciativa parte del mismo Jesús y la respuesta es humana, una experiencia que, en adelante, cambiará toda la vida de Pablo de Tarso: cambió la persecución por seguimiento, la oscuridad por la luz, la muerte por la vida, la tristeza por la alegría, cambió su “no ver” por “ver” y cambió... en todo: cambiaron sus obras, sus palabras, sus ideales, sus pensamientos y sus proyectos.Y todo ello, desde la raíz, desde lo más profundo de su ser. El bautismo será el compromiso que dará comienzo a su nueva misión: llevar a su pueblo y al mundo entero la alegría del amor de Dios manifestado en Cristo.
Los cristianos vivimos, también, la experiencia de la conversión, renovamos, día a día, nuestra fe, en comunidad y en los sacramentos, manifestamos nuestro deseo de seguir a Jesús y sentimos la acción de su Espíritu, que a través de nuestros hermanos y de los acontecimientos más cotidianos, nos va orientando en nuestro camino. Sólo es preciso dejar que ese Espíritu actúe en nosotros, asumiendo que nuestras fuerzas, por sí solas, no son suficientes. Por eso, tenemos que dejarnos moldear por Dios, como la arcilla en manos del alfarero o la flor que se nutre de la lluvia y del sol. Así crece, se hace visible y nos invita a disfrutar de su belleza, su aroma y su color.
Pero, ¿cómo hacer que esa conversión se vaya haciendo realidad en nuestras vidas? Necesitamos hacer silencio, detener nuestros pasos para escuchar a nuestro corazón y los sonidos que vienen de fuera, interiorizar la Palabra, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que vemos, lo que nos preocupa, lo que nos acerca o nos aleja del amor y llevarlo todo a la presencia del Señor, a la oración, porque la conversión es, sobre todo, dejarnos convertir por Dios.
Cada uno de nosotros y el mundo entero necesita un profundo cambio. Somos conscientes de los gravísimos problemas que el ser humano vive en nuestros días: las guerras que parecen no tener final, la emigración de tantas víctimas que tienen que huir de su tierra para buscar una vida digna, la dramática realidad del hambre, la explotación que cada día encuentra más rostros, la violencia, la tortura, la muerte, los pueblos que sufren las consecuencias de las catástrofes, el maltrato a los seres vivos y la destrucción de la naturaleza, la violencia de género, el acoso en cualquiera de sus formas... y un largo etcétera. Todo esto nos lleva a la desesperanza y, a menudo, sentimos que, apenas, podemos hacer nada. Olvidamos los valores humanos, nos faltan manos y nos sobran, lamentablemente, mentiras que manipulan y tratan de justificar tanta miseria y tanto dolor.
San Pablo y todos los discípulos de Jesús sufrieron la persecución, porque con sus voces y sus actos, fueron testigos del amor incondicional de Dios. Nunca dejaron de proclamar las palabras de Jesús, de hablarnos del perdón, de la grandeza del compartir, nunca dejaron de trabajar y anunciar que el Reino de Dios está cerca y que sólo el amor es la respuesta a todas nuestras búsquedas. Hoy, los cristianos, también vivimos situaciones de rechazo, incluso de persecución. Nos duele que haya personas que menosprecien nuestra fe o que ataquen nuestras formas de expresarla. También sentimos el cansancio y la impotencia al ver que tantas angustias humanas parecen no tener solución. Pero, ese es nuestro destino y nuestra misión: ser testigos del Señor Resucitado, con toda nuestra alma, nuestra vida y nuestro corazón.
Que Dios nos llene de esperanza, nos dé la fuerza necesaria para luchar por la justicia y la paz, nos haga fuertes ante las dificultades y, sobre todo, nos conceda el don de volver a El, como Pablo, haciendo de cada instante, una experiencia de conversión, profundamente transformadora, auténtica, sorprendente, intensa y fuerte.